Javi se crio en un centro de menores: «Hasta los 14 no fui consciente de lo que era ser feliz. Antes, mi vida fue un calvario»

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Santi M. Amil

De Barcelona a A Coruña. Este joven pasó por casas de acogida, centros de menores y viviendas tuteladas. Se considera un «unicornio» por lo que ha logrado: con sus 23 años vive en Ourense, donde estudia la carrera de Educación Social, y trabaja para mantenerse

26 oct 2023 . Actualizado a las 15:57 h.

La primera vez que Javi entró en un centro de menores tenía tan solo seis meses, fue algo temporal. «Mi padre era ilegal. La única forma de ganarse el pan era vendiendo droga. Lo pillaron con kilos de cocaína, con tan mala suerte que había enganchado a mi madre a aquello antes de que nos separaran de él», cuenta este joven nacido en Barcelona. A los 2 años se mudó a A Coruña con su madre, donde tenían familiares. Estos no se pudieron hacer cargo de él, así que entre los 3 y los 6 estuvo en una casa cuna. «Después, una conocida de mi madre me acogió hasta los 8 años, pero ya era muy mayor y no se podía seguir haciendo responsable», cuenta. Después de ahí, ingresó en el centro de menores de San José de Calasanz: «Volví a intentarlo con otra familia, pero me salió rana». Estuvo alternando entre residencias y casas de acogida, hasta finalmente llegar a la vivienda tutelada de Igaxes, en Santiago de Compostela, poco antes de alcanzar la mayoría de edad, y de donde se marchó con 19.

Todo fue un constante cambio para Javi, de un centro a otro y de una casa a otra, pero, dice, sin encontrar en ningún momento su hogar. «Nunca me tembló el pulso ante el traslado de un sitio a otro, estaba acostumbrado y, gracias a mi carácter, sentía que de alguna forma podía ser beneficioso para mí», explica. Así es que, a pesar de haber salido del piso tutelado con tan solo 19 años, desde entonces no ha parado de rotar. Ahora tiene 23 y vive en Ourense, donde estudia segundo de Educación Social, pero está ahorrando para pedir el traslado universitario el año que viene a Granada. «La verdad que ahora mismo no tengo tiempo ni para descansar: entre semana tengo clase y, de viernes a domingo, trabajo como ayudante de cocina en un bufet», indica. Antes de meterse en la carrera había hecho un ciclo superior de técnico deportivo, pero sentía que por su experiencia tenía que ayudar a gente que había pasado por lo mismo que él: «Yo soy un unicornio dentro de todo este sistema, pero siento que a veces me usan como la imagen de la resiliencia por haber conseguido salir adelante, sin embargo, no es oro todo lo que reluce».

Al principio, se iba los fines de semana con su madre, pero, con 9 años, esta no lo fue a buscar un viernes que le correspondía. «Todos los niños del centro se enteraron, no sé cómo. Se rieron de mí, y una niña me llegó a decir que mi madre no me quería. Eso me marcó de por vida», revela. Ahí fue cuando la tutela pasó a manos de la Administración: «Me decían que eso iba a ser solo temporal, que todo iba a mejorar, pero no fue así». Las Navidades y las festividades las pasaba con sus educadoras, mientras que los otros chavales se iban a sus casas. «No podía ir a los cumpleaños de mis compañeros del colegio porque necesitaba un permiso para todo», recuerda.

GRACIAS AL PSICÓLOGO

Javi cree que todo podría haber sido muy diferente sin todas las limitaciones y las «trabas» que pone el Estado a los centros de menores. «No se dan cuenta de que los chavales que están en estos centros también son parte del futuro del país», matiza. Cuenta que una vez un técnico de menores le llegó a decir que no era capaz de ayudar a los 80 expedientes que tenía: «O sea ¿que yo solo soy un expediente más?». Le resultaba muy frustrante toda esta situación.

A Javi le costó mucho llegar a donde está ahora. «Hasta los 14 años no fui consciente de cuándo empecé a ser feliz. Antes, mi vida fue un calvario», confiesa. En ese momento entró en la casa de una familia, pero no se lo tomó muy bien. «Fue un golpe muy duro que me provocó ataques de ira y de ansiedad», señala sobre esta situación por la que explotó y que fue el detonante para empezar a ir al psicólogo. Para él tan solo fue una muestra de todo lo que tuvo que tragar y que no le «enseñaron a gestionar en su momento». «No quiero que otros niños salgan con las mismas taras que yo. Considero que estoy bien, pero soy muy mío, y eso es por todo lo que viví», explica. De ahí que haya decidido estudiar la carrera de Educación Social, ya que considera que los jóvenes tendrán el apoyo que él no pudo experimentar en su propia piel: «Quiero que aprendan a gestionar sus problemas, sin tener que hacerlo solos y sin ayuda». Eso sí, Javi solo puede hablar maravillas de los educadores con los que ha coincidido. «Malos trabajadores puedo contarlos con los dedos de una mano. He visto a muchos afectados por no poder cubrir todas nuestras necesidades, muchos se llegan a coger bajas por depresión. De hecho, los superiores les recomiendan no empatizar demasiado con nosotros», asume a la vez que confiesa que es «complicado». Y aun así, son casi la única red de apoyo de todos estos jóvenes tutelados.

LA VIDA EN EL CENTRO

«A los 16 años, un chaval que me había hecho bullying en el centro, me llamó para decirme que se había enterado de que éramos primos de sangre. Me pidió disculpas por todo. Nadie nos había dicho nada, todo podía haber sido muy diferente si hubiera sabido que dentro tenía algún familiar cercano», narra. Eso le provocó un gran disgusto: «Al preguntarles a las educadoras me lo confirmaron, pero me dijeron que no tenían permiso para darme esa información». A esto se refiere Javi cuando dice que sus responsables tienen demasiadas trabas. «Una técnica de menores me vino a pedir disculpas porque tuvo que tomar la decisión entre que me fuera con una familia de Barcelona bien posicionada económicamente o quedarme cerca de mi madre, y ella decidió lo segundo, porque creyó que sería lo mejor», explica. El joven le agradeció a la trabajadora que hubiera tomado esa decisión: «De no ser así, igual no sabría quién es mi madre». Ahora Javi, a pesar de vivir en Ourense con otros compañeros de piso, va a A Coruña a visitar a su mamá, y cuando no es así, la llama por teléfono para saber qué tal está. «Siento muchas cosas extrañas cuando voy a verla, buenas, y malas. Me pide disculpas por todo lo que pasó», confiesa.

«Deberían empezar por mejorar la relación con la familia biológica. A mi madre la trataron como un parásito, no la justifico por lo que hizo, pero la entiendo», relata. Cuenta que si algún día llega a ser técnico de menores será lo primero que cambie: el vínculo entre parientes. Para él también es importante la atención a las familias. «Me duele porque siento que nadie ha apoyado a mi madre en el proceso, ella no llevaba bien que me fuera con otra gente de acogida», añade.

Todo lo vivido hizo a Javi convertirse en el adulto que es ahora. «Considero que, dentro de lo que cabe, tuve suerte, aunque la suerte no tiene la misma definición para todos. Tuve educadoras que fueron un antes y un después en mi vida y que me ayudaron muchísimo», afirma. Ahora, su objetivo en la vida es lograr cambiar el destino de otros niños que pasan por su misma situación: «Quiero que se sientan importantes para alguien». Por las circunstancias, Javi se tuvo que poner a trabajar desde muy joven para poder mantenerse, pero, incluso, considera que esto fue una ventaja en su crecimiento personal. «De todo se aprende», dice con una sonrisa de oreja a oreja.