Cuando vas a la sidrería y al final es tu casa

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

Carmen Regueiro y Rogelio Alonso se despiden de la clientela de El Estribo con pena y agradecimiento; y desde el lunes queda en manos de Rafael y Guillermina un negocio vigués al que han dedicado la vida

13 abr 2024 . Actualizado a las 01:33 h.

Carmen Regueiro lleva más de media vida siendo el alma de la sidrería El Estribo, un local de esos en los que la clientela acaba formando parte de una gran familia. Ella y su marido, Rogelio Alonso, llegaron a Vigo desde México, a donde habían emigrado siguiendo la estela de otros miembros de su parentela que ya habían probado suerte con éxito. «No teníamos experiencia en hostelería, pero le pusimos ganas y todo nos fue bien», reconoce la mujer, que recuerda que cruzaron el charco cuando ya tenían dos hijos. «La tercera nació aquí pero nos fuimos cuando el niño iba a cumplir un año y la mayor acababa de cumplir tres. Fue una etapa bonita porque tuve tiempo de dedicarme a ellos, fueron muy felices», relata.

Su asentamiento en Vigo fue un flechazo. Carmen es de Ourense. Rogelio, de A Cañiza. «Después de seis años en México, donde él trabajó en la mueblería que teníamos en sociedad con mi hermano, llegamos aquí con la intención de ver si nos quedábamos o no. Tras 41 años, queda clara la respuesta: «Nos gustó Vigo, su clima, el local para montar el bar..., y decidimos establecernos», repasa.

Los inicios fueron duros. Carmen se dio cuenta de que se había metido en un tipo de negocio que requiere muchas horas. «Es un trabajo que me gusta, pero tiene ese lastre, el tiempo que le dedicas. Alguna vez hasta hemos pasado en el bar la Navidad porque los clientes estaban tan a gusto que no tenían ganas de irse, así que venían mis hermanos y mi padre, y hacíamos aquí la fiesta», cuenta sin ánimo de queja. Al contrario: «Creo que hay que poner ciertos, límites pero cuando tienes la suerte de tener clientes como los que tuvimos nosotros, gente muy buena que nos facilitó mucho las cosas y que se han convertido en amigos, no hay nada que lamentar», afirma sobre un entorno conformado por personas con las que la empatía ha funcionado en ambos sentidos: los profesores y los alumnos del colegio La Enseñanza, los irredentos jugadores de interminables partidas de mus y los cientos de comensales que han compartido con ellos la comida casera que sale de los fogones de El Estribo. «Nosotros siempre hemos comido lo mismo que lo que damos a los clientes», presume. Ella y su marido, con el apoyo puntual de sus hijos los fines de semana, han llevado el establecimiento todos estos años sin ayuda ajena.

Ahora que la salud de su marido ya no le permite seguir el ritmo, han decidido que es hora de bajar el telón. Pero el de su hoja laboral, que está repleta de horas de trabajo, con gusto, pero de más. La persiana de El Estribo no se baja. «Van a quedar al frente dos buenas personas. Rafael y Guillermina se van a encargar de llevarlo como nosotros, o parecido, que nadie es perfecto», justifica. El establecimiento mantendrá el tipo de cocina con la que llevan 41 años triunfando, nada más y nada menos que comida casera tradicional, la de toda la vida, es decir, guisos, estofados, potajes, callos, recetas de pollo al limón, pulpo y otras viandas «pero de la cocina asturiana, solo hacemos fabada, que me sale muy rica», advierte, ya que al ser una sidrería, hay quien piensa que es un restaurante asturiano. En lo que son especialistas es en la bebida típica de esta autonomía: la sidra. Tienen la de barril, con gas, y la natural, en botella. «Nos la traen de allí desde hace muchos años. La tenemos desde que abrimos porque cuando llegamos, llevaban el local otras personas que estuvieron solo unos meses, pero ya tenían sidra y la mantuvimos, como el nombre, que nos gustó y lo dejamos así, como harán también los nuevos dueños del establecimiento. «Ellos además van a poner a funcionar la parrilla de nuevo para hacer churrasco, que yo lo había dejado de hacer porque sola, no podía», cuenta Carmen que se entristece y se alegra a la veces cuando piensa que ya se acerca el momento de descansar. «Estaremos posiblemente hasta el lunes, quizás algún día más por si necesitan nuestra ayuda», explica sobre el relevo. «Si fuera joven seguiría, sé que la gente nos quiere y nosotros a ellos. Me da pena irme, pero al mismo tiempo, estoy muy contenta porque alguien en quien confiamos continúa, hemos dicho que no a otros, pero nos pareció que ellos van a atender al publico como nosotros lo haríamos», afirma la hostelera, emocionada. «De mis hijos me perdí muchas cosas, pero en la vida hay que perder unas cosas para ganar otras», cabila. En el aire queda su reflexión: «A mí me gustaba México, a mi marido, no. Por mí hubiera regresado, tenía allí familia y me sentía muy querida. Aquí, también. Lo que no tiene precio es cuando vuelven chicos que crecieron allí, jugando al futbolín: «¿Pero aún estáis aquí?».

Desde 1983

Dónde está: Ecuador, 17. Vigo