Carmen, sola y con frío a los 93 años: «De aquí no me echan»

alejandro martínez VIGO / LA VOZ

VIGO

Cerca de 5.700 mayores de ochenta años viven en soledad en Vigo y no pocos lo hacen en pisos de renta antigua con serios problemas de mantenimiento

07 abr 2024 . Actualizado a las 00:09 h.

De noche, Carmen Pino se tiene que levantar para ir al baño. Debe recorrer una larga distancia con su bastón y ya se ha caído dos veces. Parte del techo de su cuarto se vino abajo mientras dormía, de ahí que tuviese que cambiar de habitación. Su dormitorio ahora es más grande, pero está más lejos del aseo. Además, pasa frío porque la puerta del balcón no cierra bien. Sus vecinos, que siempre están pendientes, le han colocado unas zapatas en el suelo, pero estos días de temporal la puerta se abre con el viento y entra la corriente. Carmen dice que se echa muchas mantas encima para sobrellevar el frío que se cuela por las puertas, que no hay forma de que permanezcan cerradas. Otras mantas las coloca debajo de las puertas para que absorban el agua que cae de la lluvia.

Carmen es una de las más de 4.700 personas mayores de ochenta años que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), viven solas en Vigo. Según la última encuesta de características esenciales de la población las viviendas elaborada por el organismo estatal, en la mayor ciudad de Galicia hay un total de 27.000 hogares unipersonales. Más de 14.000 están ocupados por personas de más de 65 años, especialmente mujeres como Carmen Pino, con mayor longevidad.

En su caso, con grandes dificultades de movilidad porque la edad le va pesando. Hace sesenta años que reside en el mismo inmueble del Casco Vello y se niega a abandonarlo. Paga una renta antigua de unos 170 euros mensuales. Tal vez por ese motivo, a los dueños del edificio no les compensa arreglar desperfectos que se van produciendo con el paso del tiempo. Ella les ha pedido que arreglen el techo de su habitación para poder dormir donde lo ha hecho siempre, pero ya ha pasado más de año y la situación continúa igual. «Esto es horrible. No me lo explico. Yo les estoy pagando el alquiler todos los meses, pero aquí no arreglan nada», se queja. «Lo empezaron a arreglar, pero después se fueron», señala un vecino. Alerta de que el techo de la cocina también se caerá algún día. Carmen afirma que lleva ya más de un año esperando. «A mí esta habitación me viene bien porque me queda cerca del baño. Ya me he caído dos veces», afirma.

El inmueble pasó a manos de unos herederos al morir la dueña el año pasado y, según cuentan los vecinos, lo quieren poner a la venta. «Quieren que me vaya de aquí, pero yo no firmo nada», asegura. Dice que tampoco accedió a irse a vivir a una residencia cuando lo intentaron unos familiares. Prácticamente no sale de casa porque tampoco puede. El edificio no tiene ascensor y a ella le falta autonomía para subir y bajar las escaleras como hacía cuando era joven.

Es un problema que afecta a muchas personas de la tercera edad que viven en edificios antiguos. Con el paso del tiempo, las escaleras de sus inmuebles se acaban convirtiendo en barreras arquitectónicas. Hay muchas comunidades, como en Coia, que se están beneficiando de subvenciones para colocar ascensores en sus edificios, teniendo que renunciar incluso a superficies privadas para hacerles hueco.

Si no fuera por la ayuda social que recibe del Ayuntamiento de Vigo, Carmen no podría valerse por sí misma en su vivienda. Una cuidadora a domicilio acude dos horas diarias para ayudarla en las tareas del hogar. Ella fue la que tuvo que limpiar todos los restos del techo de la habitación que se desprendieron cuando se encontraba durmiendo. Los fines de semana la sustituye otra persona, de forma que la mujer está atendida a diario. Los martes se da una vuelta por su casa el cuidador de barrio de su zona. Es el único día de la semana en el que puede salir a la calle. Hacen falta dos personas para ayudarla a bajar y a subir las escaleras, por lo que la persona que la atiende a diario espera por el cuidador de barrio para acompañar a la nonagenaria. Va a la farmacia, al banco y también a la peluquería, porque afirma que después de tanto tiempo en casa «se me ponen los pelos de bruja».

Ella no puede salir si no es por los servicios sociales. Con un cuidador a cada lado va sorteando los escalones hasta que logra salir a la calle, descansando a cada rato. El mes pasado solo salió un día a la calle para ir a la farmacia a por sus medicinas. A la vuelta, sufrió un pequeño mareo y una ciudadana les ayudó a volver a casa.