Viaje a un área recreativa insular defendida por un puente de madera del siglo XIX en Touro

Una ladera suave y de tierras ricas y fértiles. Por supuesto, una iglesia de tamaño medio rural. Un grupo de casas empeñadas en estirarse a un lado y otro del asfalto. Y un topónimo vulgar, abundante en Galicia entera y que aquí le viene como anillo al dedo. Esto es San Pedro de Ribeira, concello de Touro, desde luego lejos del mundanal ruido, dicho en frase hoy arcaica. Por supuesto, hay también sitio —no muy grande, ciertamente— para aparcar el coche, antes de un centenario palomar. El cementerio, en un nivel inferior y separado del templo por el asfalto, no tapa la vista de aquel, algo raro en el país pero que debería ser lo lógico.

Así que la primera visita debe ser a esa iglesia puesta bajo la advocación de san Pedro, a la cual acompaña un cruceiro nuevo de notable altura, rematado con la Virgen y el Crucificado. Quien diseñó el edificio no se complicó la vida: una sola nave, granito en los esquinales, doble campanario.

Desde unos pocos metros antes del aparcamiento arranca a la izquierda una pista, asfaltada al inicio y luego de tierra. Desciende de manera suave y, por lo tanto, recorrido para todos los públicos, con llegada a la ribera del Ulla en veinte minutos o menos. El río se merece el calificativo de espectacular, retorciéndose las aguas, saltando, salpicando, rugiendo, chocando contra la muy empinada ladera de enfrente, pontevedresa ella.

Si hay ganas de caminar un poco más, pero tampoco mucho, entonces en vez de elegir ese itinerario hay que ir por la carretera que se ha venido y en la gran curva a dos centenares de metros de la iglesia elegir la pista de la izquierda, de tierra. Conduce a un entorno sin igual: el Pozo do Pego, un remanso del que el Ulla sale con gran violencia.

De nuevo en el coche para convertirse en acompañante del Ulla, que está a tiro de piedra. En unos minutos se alcanza Remesquide, parada obligada porque sería imperdonable no admirar su puente viejo y sus enormes tajamares, esos apoyos del tablero que se hunden en el río y que están afilados para que el agua no golpee directamente sobre la obra y acabe destrozándola. Además, uno de ellos ha sido aprovechado para instalar sobre él un par de bancos, muy buena idea. Relajarse allí un rato es, simplemente, un lujo. El sitio sería de matrícula, pero no llega a tanto porque un panel enorme del proyecto Life debe ser retirado cuando antes: su estado ni siquiera alcanza la categoría de tercermundista. Hay más posibilidades: desde la orilla pontevedresa resulta posible descender a la orilla, y ya en suelo administrativamente vecino —el coche cruza por el anodino si bien útil puente nuevo— avanzar muy pocos cientos de metros hasta encontrar un letrero que anima a desviarse a la derecha, al área recreativa Illa de Remesquide. Su nombre dice a las claras dónde está, y es la típica área con bancos y mesas. En estos días el Ulla parece que la va a arrasar y en el último momento cambia de idea y se aparta, limitándose a mojar su orilla.

El puente viejo, por cierto, figura en el famoso y decimonónico «Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar», de Pascual Madoz, quien hace constar que es de madera.

Desde Remesquide la carretera va a apartarse poco a poco de la corriente y gana Obra, una aldea grande. Ahí, en la gran curva —imposible la pérdida—, se impone elegir la desviación a la izquierda, para, tras revolverse por un intrincado laberinto de pistas asfaltadas y dejando tras Besaña, alcanzar Bendaña. Un lugar acogedor para descansar y poner punto final a la jornada.

SAN PEDRO DE RIBERA

42°50’29’’N 8°19’40’’ W

BENDAÑA

42°50’29’’N 8°19’58’’ W

LA FOTO MÁS PERSONAL

En los bancos del puente.

MAPAS RECOMENDADOS

Instituto Geográfico Nacional. 95-IV y 121-II.

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