Vivir con fibromialgia

C. Armas MIEMBRO DEL MOVIMIENTO FIBRO VISIBLES

OPINIÓN

La fibromialgia es conocida como una enfermedad de dolor misterioso.
La fibromialgia es conocida como una enfermedad de dolor misterioso. La Voz de la Salud | iStock

06 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Dolor de cervicales, cabeza, espalda, brazos… de manera lenta y gradual. Simétrico pero variante. Agotamiento y sentir que estás encerrada en un cuerpo que no responde. Empiezan las sesiones de fisioterapia y los análisis para comprobar si hay anemia. Pasan los meses y, tras varios resultados que confirman que no hay anemia, le toca el turno a la tiroides. Están justo en el límite, bajas pero normal. Y con el transcurso de los meses, incluso años, empezamos con los discursos tipo «deberías hacer más ejercicio», «igual tienes distimia o depresión», «deberías ir al psicólogo» y, ya para rematar, «tienes que animarte».

Sigo las indicaciones y acudo al psicólogo (todo privado, por supuesto) y tras varias sesiones me remiten de nuevo al centro de salud porque tengo buena gestión emocional y hay algo que no va bien. Mi médica de familia por entonces seguía cargando sobre mí la responsabilidad de mejorar y solo contribuía a que cada día me sintiese peor. Me acostaba pensando en que el día siguiente sería mejor, pero al despertar, el dolor y las rigideces seguían ahí. Así, hasta que el cuerpo dijo basta. Una mañana en el trabajo me quedé totalmente rígida y decidieron hospitalizarme en San Rafael. De este ingreso y varias visitas a diferentes reumatólogos, me confirman el diagnóstico: fibromialgia.

Al menos había una etiqueta que, comparada con otras, «no mata», con comillas porque no te mueres, pero sí mata a parte de la persona que eras antes. Cinco o seis años antes del diagnóstico era una persona muy activa, recorría la ciudad caminando, hacía planes constantemente… ¿Y ahora? Ahora procuro mantener mi esencia y cordura, aunque cada año los brotes son más fuertes. Nunca sabes cómo vas a estar y terminas improvisando porque no puedes hacer planes. En cada brote aparecen nuevos síntomas y ya se acumulan demasiados: dolor, debilidad muscular, rigideces, visión borrosa, mareos, migrañas, síndrome de fatiga crónica… Y con ellos, un montón de medicación: analgésicos, antiinflamatorios, corticoides, relajantes musculares, antidepresivos, opioides…

Si hablamos de la atención médica, tampoco se queda en relato corto, se podría asimilar a una tragicomedia. He tenido que acudir a reumatología y neurología por privado. En el Sergas cambié varias veces de médico de familia y actualmente me atiende una persona consciente de la enfermedad y que hace todo lo posible. Me ha solicitado pruebas y derivación a reumatología, unidad del dolor, neurología, psiquiatría, psicología y oftalmología.

Las especialidades de reumatología y unidad del dolor han rechazado la petición porque no hay duda diagnóstica y ya estoy con la medicación oportuna. Neurología me cita con retraso de diez meses; psicología, con seis meses, y psiquiatría y oftalmología, en tres meses. A mi reclamación por rechazarme las consultas de reumatología y unidad del dolor me contestan lo mismo, pero con mucha literatura vacía.

En este último brote llevo dos meses de baja médica. Mi día a día en estos momentos y después de pagar distintas terapias y clínica del dolor es estar casi el 80 % de la jornada tumbada. Intento moverme, salir a caminar y hacer algo en casa. Acudo a mi psicóloga cada 15 días e intento mantener el ánimo por mi hija y mi familia, pensando que mañana será mejor. En todos los años de pruebas, respuestas y desde el diagnóstico en el año 2019, no ha habido ningún día libre de dolor ni de fatiga.

No hay que rendirse, hay que intentar mejorar y luchar por la investigación. Pero también hay que permitirse estar triste y enfadarse con la situación. El discurso positivista ha provocado que añadamos a nuestras mochilas la «tiranía de la felicidad». Un abrazo de algodón.