Revitalizar nuestra democracia

Cristina Ares
Cristina Ares FIRMA INVITADA

OPINIÓN

28 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Días atrás escuché una entrevista a un reputado cardiólogo español residente en Estados Unidos, quien daba cuenta de un trabajo de campo en una escuela infantil sobre hábitos alimentarios. Subrayaba las siguientes dos ideas que me resultaron sugestivas: el éxito en el combate contra la enfermedad pasa por la comprensión del funcionamiento de un cuerpo sano; las experiencias vividas entre los tres y los seis años suelen ser los condicionantes más intensos del comportamiento de la persona adulta.

Desde que, con la extensión de las dificultades para la gobernabilidad en la última década, nos hemos convencido (no sin tiempo y ejemplos calamitosos el siglo anterior) de que no existe un movimiento universal de tránsito de gobiernos autoritarios a democracias cada vez más perfectas, sino etapas de mejor y peor salud de los sistemas que en cada momento cumplen los requisitos mínimos para ser considerados democráticos (igualdad política, separación de poderes, posibilidad real de asunción de responsabilidades y renovación de los gobernantes…), disponemos de más datos fiables y análisis del estado de la democracia en el mundo. Cómo mueren las democracias es el título del libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Ariel, 2018) convertido en una de las referencias forzosas en esta discusión.

Volviendo a las reflexiones de nuestro cardiólogo, seguro que existen síntomas comunes de deterioro de la democracia, como los brillantemente apuntados por los profesores de de Harvard que acabo de mencionar (incursiones del ejecutivo en el poder judicial o en los medios de comunicación, personalismo, falta de reconocimiento de la legitimidad de adversarios políticos que sí respetan las reglas del juego…). Sin embargo, si los distintos cánceres conforman variadas patologías y no una sola, ¿qué sentido tiene esperar que las complicaciones sufridas por democracias diversas en sus configuraciones institucionales, en importancia relativa de valores como la libertad y la igualdad y otras características culturales relevantes constituyan una única enfermedad?

La semana pasada, durante unos días de descanso en diferentes puntos de la geografía gallega, recibí numerosas señales de incomprensión del trabajo de los políticos españoles, así como de fatiga fiscal. Automáticamente, recordé escenas de algunos reportajes sobre la vida en los estados del Cinturón de Óxido (Rust Belt) que apoyaron a Trump en el 2016 o en los distritos ingleses que mayoritariamente se habían posicionado a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea cuatro meses antes. Me impactaron villas otrora intergeneracionales y alegres convertidas en pocos años en gerontopueblos, donde para la mayoría de los ciudadanos la huida del hogar propio a la residencia de mayores es la única expectativa vital. Vi, más que abandono, soledad.

No pensé en «los políticos», sino en las niñas y niños que en septiembre ingresarán o volverán a los colegios habituales para las familias menos afortunadas en capital social; ¡qué importante sería animar a sus madres y padres a preparar entre todos proyectos de interés público, construir redes sociales cara a cara, con el objetivo de mantener en forma nuestra democracia a base de más confianza social!