Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y Nadia Calviño, vicepresidenta, en la tribuna del Congreso
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, y Nadia Calviño, vicepresidenta, en la tribuna del Congreso Chema Moya | EFE

06 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La deuda, concepto de profundo calado económico y moral, ha cambiado de significado desde la última campaña electoral hasta estos días de negociación de pactos. El alto nivel de deuda pública alcanzado en España fue un argumento de primera línea entre los partidos de oposición contra la candidatura de Pedro Sánchez. Ahora mismo, ante el rumor de que los apoyos independentistas a su investidura podrían pagarse mediante la cancelación de deuda de Cataluña, varios mandatarios autonómicos del PP piden que a sus administraciones también se les condone la deuda. Por donde se ve que los principios fundamentales dejan de ser fundamentales cuando cambia la coyuntura. Los conservadores, teóricamente, siguen el principio de la canción: «Toma chocolate, paga lo que debes». No se ha visto entre ellos oposición, sino más bien respaldo, al funcionamiento del FMI, que obligó a países del Tercer Mundo endeudados con sus antiguos colonizadores a imponer, para pagar su deuda, políticas de ajuste que causaron ruina, hambre y muerte. Las cosas cambian, y ya reconocemos que la obligación de pagar deudas no es igual para todos (recordemos los rescates bancarios, no solo en España, pagados por los contribuyentes).

La rígida sacralidad de la deuda se puso de manifiesto aquí en 1988, cuando se cambió el texto del Padrenuestro y en vez de «perdónanos nuestras deudas» hubo que decir «perdona nuestras ofensas». Eran las vísperas del triunfo del neoliberalismo, la década de los noventa. Tras la tremenda crisis del 2007-2008, hemos visto la fragilidad de aquella ortodoxia y comprobado que toda deuda es negociable. La evolución de este gran mandamiento económico se describe lúcidamente en el muy interesante libro En deuda. Una historia alternativa de la economía, del antropólogo David Graeber, fallecido hace tres años. El autor dice: «...que el dinero no es inefable, que pagar las propias deudas no es la esencia de la moralidad, que todo eso no son sino disposiciones humanas y que si algo significa la democracia es, precisamente, la capacidad para ponernos de acuerdo y disponer de las cosas de otra manera». Veremos.