El último menú del Carballo Grande

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

SAMOS

miguel souto

El mítico restaurante estradense cierra sus puertas este domingo tras 35 años alimentando a su clientela con comida casera y trato familiar

27 mar 2024 . Actualizado a las 09:28 h.

Comida cien por cien casera. Como la de antes. Como la de las abuelas. Ese es el único secreto con el que Manuel Ángel Rodríguez Mera e Isabel Sampayo Montero han conseguido convertir el restaurante Carballo Grande en un referente de la gastronomía local.

El negocio abrió sus puertas en 1989 en el lugar de Moreira Vella, en la parroquia estradense de Moreira. Allí Manuel Ángel e Isabel compraron una parcela para hacer realidad su sueño: una casa propia para criar a sus dos hijos y un negocio para ganarse la vida.

Manuel Ángel, que es originario de A Estrada, e Isabel, que es de Samos, se conocieron en Vigo, donde él trabajaba como pintor de coches. Él tenía 18 años y ella 16, pero ya nunca más se separaron. Manuel Ángel fue precoz para todo. Empezó a trabajar con 12 años y, salvo tres que tuvo que irse al paro, lleva en activo desde entonces. El pasado 8 de marzo cumplió 65 años, así que ya ha aportado más que de sobra en el plano laboral. «Xa vou tendo ganas de xubilarme», confiesa a cinco días de su liberación.

Cuando Manuel Ángel e Isabel compraron la finca de Moreira Vella no tenían en mente abrir un restaurante. Él había trabajado toda su vida en el sector del automóvil y su idea inicial era montar un taller en el bajo de la casa. «Pero a min sempre me gustou a cociña e, de repente, xiróuseme todo e decidín montar un restaurante», explica el hostelero. Su mujer no solo lo apoyó, sino que empezó a trabajar codo a codo con él. «Él máis na cociña e eu máis de cara á xente», explica Isabel.

Para bautizar el restaurante no se complicaron. La parcela en la que se construyó el edificio tenía un roble de gran tamaño y se llamaba Carballo Grande. La finca dio nombre al negocio, que enseguida fue ganando fama gracias a la cocina auténtica de Manuel Ángel.

A Manuel Ángel no le enseñó a cocinar nadie. Ni aprendió en su infancia ni en ningún curso. «Aprendín eu só. Coa miña cabeza. Se quería probar algo novo miraba nalgún libro e despois buscáballe a miña maneira. Gústame moito probar», explica. Isabel en cambio, sí hizo algún curso, pero el jefe en la cocina siempre fue su marido.

«Aquí sempre fixemos comida caseira. A nouvelle coucine para aquí non vale. Ti non lle podes poñer un prato medio baleiro a un obreiro que ten que ir traballar á obra», explica Isabel.

El restaurante tuvo en la clase obrera uno de los pilares de su clientela. «Cando foi o cambio ao euro foi unha época de apoxeo para nós. Obrouse moito, fíxose a minicentral de Cortizo e había moitas empresas locais en auxe. Aquí viñan comer a diario douscentos obreiros en distintas quendas. Aquilo xa non era un comedor. Eran un montón de mesas. Case non quedaba espazo para pasar», explican los hosteleros recordando los buenos tiempos. «Tamén vivimos a crise dos noventa e épocas marabillosas cheas del comuñóns», cuentan los empresarios. «Tivemos comuñóns, vodas e bautizos. Unha vez houbo un bautizo de 120 persoas e pola noite, que daquela non se levaba. E o ano pasado, no Día do Pai, tivemos 260 persoas a comer: no comedor, no bar e ata na terraza», cuentan.

Después de toda una vida tras la barra, a la pareja le sobran anécdotas. Como la del día que entró en vigor la nueva ley antitabaco y los clientes de una celebración salían constantemente afuera a aplacar sus ansias de fumar. O las interminables jornadas de trabajo de los inicios, cuando el Carballo Grande daba sombra desde las 7.30 de la mañana hasta pasadas las tres de la madrugada. «Xuntábase aquí toda a mocidade da zona e daba igual que fora martes ou domingo: antes das tres da mañá era imposible pechar. Aínda non sei como eran capaces de ir traballar ao día seguinte», recuerda Manuel Ángel.

«Agora a hostalería cambiou moito. Desde agosto pechamos ás cinco da tarde e xa non damos ceas. Pero isto tenche que gustar. Trabállase moito e hai que traballar a gusto», constata.

«Aquí á fritideira non vai nada máis que as patacas fritas, que nunca son conxeladas»

Los menús del día del Carballo Grande son legendarios. Sus calamares, sus paellas, su merluza a la cazuela, el cocido, las fabadas de los sábados o los callos de los domingos serán añorados por un legión de clientes a los que los hosteleros quieren agradecerle su fidelidad.

El local nunca tuvo un plato estrella. «Aquí gusta todo por igual porque todo se fai coma na casa. O único que botamos á fritideira son as patacas. As croquetas ou as luras sempre as fixemos na tixola. O sabor é totalmente diferente. E a pataca frita non a compramos conxelada nunca», dice Isabel orgullosa. «Moitas levo pelado», cuenta mostrando sus manos al tiempo que aclara que ella ya lleva prejubilada cuatro años.

El negocio cerrará sus puertas este domingo, dejando un rastro de huérfanos de su cocina auténtica. El cierre les provoca a los dueños sensaciones encontradas. «Por unha parte dá pena cerrar, pero por outra estamos desexando deixar de traballar», cuenta Manuel Ángel después de una vida entera dando el callo.

La pareja no ha tenido relevo generacional, así que ahora busca inquilino para alquilar el local con el que se ha ganado la vida. Sus planes de jubilación son sencillos. Ella seguirá bailando zumba y salsa. «Xa o facía antes. Saía de aquí e xa me doían os pés, así que aínda que me doeran un pouco máis...», dice. Él es fan de la pesca. Pero de lo que más ganas tienen ambos es de disfrutar al cien por cien de los nietos. De Leire, Mía y Mara, para las que Manuel Ángel seguirá cocinando, y también de Yago, que seguramente arrastre a la pareja de vez en cuando a Alicante.