Pablo Simón: «Los políticos compiten con Instagram y con vídeos de gatitos para que les hagamos caso, no solo con otros políticos»

Lorena García Calvo
Lorena García Calvo LUGO / LA VOZ

LUGO CIUDAD

El politólogo Pablo Simón
El politólogo Pablo Simón cedida

El politólogo, que este jueves dará una charla en Lugo, cree que «la polarización y la crispación son reversibles, pero alguien debe tener incentivos para parar»

24 abr 2024 . Actualizado a las 21:18 h.

Pablo Simón (Arnedo, 1985), es uno de los rostros populares de los análisis y debates políticos de la actualidad. Pero esa solo es una arista de su labor como politólogo. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Pompeu Fabra, es profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Carlos III y divulgador y este jueves estará en O Vello Cárcere de Lugo para participar en una charla abierta que comenzará a las 10.30 horas. 

 -¿Qué se van a encontrar los asistentes a la charla de este jueves en Lugo?

-La charla tiene tres patas diferentes. Voy a hablar un poco de las elecciones europeas, que es el tema central. Qué votamos, por qué en España tenemos 61 eurodiputados y es una circunscripción única. También sobre cómo es común que la participación electoral sea más baja, ya que hay un síndrome que se llama de segundo orden que hace que la gente se interese menos y los partidos hagan menos campaña, por lo que tendremos participaciones de entre el 40 y el 45 %. 

-Y también va a hablar de internet como acceso a la política. 

-Sí, también voy a hablar de internet y de cómo nos informamos políticamente ya a través de la vía online. Todo lo que nos va a llegar sobre las elecciones europeas, como ya nos pasa con las otras elecciones, viene muy mediatizado por el papel de las redes sociales o la mensajería instantánea. Es un proceso creciente y común y que tiene una serie de implicaciones. Ahí entra la discusión sobre polarización en redes, las fake news, etc. Y voy a plantear una tercera pata, que es hablar de los que prevalentemente se informan de política a través de internet, que son los jóvenes. Qué tipos de síndromes tienen y cómo se relacionan con las redes.

-Gallegas, vascas, catalanas, europeas, ¿no detecta cierto agotamiento en la sociedad ante las sucesivas convocatorias de elecciones?

-Hay agotamiento sobre todo para los periodistas (risas). En términos electorales, todo depende mucho de lo que tengamos en juego en cada elección, cuáles son los temas. Si tomamos un indicador objetivo, tanto en Galicia como en el País Vasco, como será en Cataluña, la participación electoral estos comicios es más alta porque la vez anterior votamos en pandemia, veníamos de unos niveles de implicación muy bajitos. Pero es cierto que no es el mismo panorama en ninguno de los tres comicios. En Galicia la situación demoscópica apuntaba que era probable la continuidad, no había otro escenario, no había tanto en juego; en el País Vasco no sabíamos quién iba a ganar, pero sí quién iba a gobernar; y en las catalanas tenemos la paradoja de que las encuestas son concluyentes sobre quién va a ganar pero nadie tiene ni idea de cómo se va a gobernar. Y luego tenemos las europeas, de las que no se sabe muy claro quién va a ganar, pero no importa porque no elegimos gobierno. Creo que en todos estos comicios hemos visto dinámicas separadas, pero también es verdad que con los europeos ya tendríamos los deberes hechos, si no hay adelanto electoral, hasta dentro de tres años.

 -¿Por qué vota la gente?

 -Hay una cosa que se llama la paradoja del voto. Si yo hiciera un cálculo racional para ver si voto o si no, la probabilidad que tengo de que mi voto sea decisivo y cambie el resultado es microscópica. Entonces, diría 'me voy a la playa'. Pero es que hay mucha gente que considera que votar es importante precisamente por lo que señaliza para el sistema. Es un deber ciudadano y por lo tanto tengo que participar. Ese es el principal elemento que explica por qué tenemos participaciones electorales tan grandes.

-Pero no siempre vota el mismo porcentaje de electores.

-Dependiendo del contexto se puede incrementar la participación o no. Por ejemplo, cuando unas elecciones están muy reñidas, sube mucho la participación. Pasó en Cataluña en el 2017 o en Madrid en el 2021. Hay comicios en los que la gente se activa mucho porque parece que hay mucho en juego. Los jóvenes, por ejemplo, son muy receptivos al contexto. Hay comicios en los que salen a votar y otros que no. ¿Por qué? Es un misterio. A veces les tocas la clave, hablas de los temas que les interesan y salen masivamente; y hay otras veces que no les interesa nada, los ven de continuidad y no salen. Los factores contextuales lo explican, pero el grueso de por qué las sociedades democráticas vamos a votar tiene que ver con ese deber cívico, ese compromiso ciudadano.

 -Ahora hay menos interés por la política entre los jóvenes.

-Menos, sí. Ha retrocedido. Si cojo a los millenials, nacidos en los años 80 y 90, estos tuvieron un crecimiento por el interés político muy rápido, estaban en torno al 20 % de interés por la política y subieron al 40 % cuando empezó la crisis, surgieron nuevos políticos, etc. Pero los nacidos a partir de los 2000, por lo que vemos, tienen un interés por la política más bajo. Realmente es una situación que se da en toda la sociedad, pero ellos son los más vulnerables al contexto. Ha caído a niveles de alrededor de un 34 %. Estamos especulando sobre a qué se puede deber ese retroceso. Hay gente que dice que tiene que ver con el covid, que vincular política y covid genera una pulsión de buscar más entretenimiento. Hay quien dice que es por la polarización y la crispación; que como todo está tan enredado, pasan y se dedican a otros temas. Esto le pasa a mucha gente, no solo a los jóvenes. Puede haber una combinación, lo que sabemos es que el interés por la política ha caído en general en España y en los jóvenes en particular.

 -¿Puede llegar a recuperarse ese interés?

-Sin duda. Los jóvenes tienen un período que va de los 14 a los 26, que es lo que llamamos los años impresionables. Todo aquello que te ocurra en la vida en esos momentos te va a dejar una huella que vas a llevar contigo, tanto en lo personal como en lo político. Si hay un tipo de evento increíble que pasa durante ese período, deja una marca. Evidentemente, los jóvenes tienen la cicatriz de la pandemia, que no estamos siguiendo en absoluto, pero que les marca mucho en las actitudes, el nivel educativo, en todo… Hay generaciones que quedan marcadas por eventos; por ejemplo, hubo una que socializó en el no a la guerra o el 15-M. Hay otra que lo ha hecho en el feminismo y el ecologismo, luego ha venido la pandemia. Si pasan más cosas, puede darse que el interés por la política se dispare, pero normalmente tiene que ser como un macroevento.

 -¿Son reversibles la crispación y la polarización que dominan la política en España?

-Yo soy optimista, creo que son reversibles, pero alguien debe tener incentivos para parar. Hay varias cosas que hacen que haya como una conspiración perfecta. Primero, que nuestras sociedades han perdido la capacidad de atención, de estar atentos a las cosas, y hay una contaminación de la política y el espectáculo. Es decir, los políticos tratan de llamar nuestra atención haciendo cosas. Compiten con Instagram y con vídeos de gatitos para que les hagamos caso, no solo con otros políticos. Por lo que tienen incentivos para banalizar el discurso, decir lo más gordo precisamente para que esto capte tu atención. Los medios de comunicación están peleando por las audiencias a muerte, por lo que el consenso y el pacto no venden. Vende la bronca, el hooliganismo propio del fútbol. Esto conspira. El ciudadano tiene alternativas, y ante esta conspiración, que no tiene por qué ser deliberada, sino que tú vas a tu cuenta de resultados y ves lo que funciona y lo que no, pues cada uno individualmente persigue su interés, aunque colectivamente el resultado no nos guste a ninguno, que es un poco lo que pasa.

-Entonces ¿cómo se puede resolver ese problema?

-Pues con reglas, con pactos. Reglas implícitas que tienen que decidir tanto políticos como medios. Tienen que acordar qué es aceptable en política y qué no; qué voy a hacer y qué no; qué fronteras voy a cruzar y cuáles no. Si alguien dijera una barbaridad y ningún medio la cubriese, el político perdería incentivos. Si el político que está enfrente no responde en los mismos términos cuando alguien plantea eso, entonces el sistema se reconfigura en el tipo de consenso y discurso público que tienen. Yo creo que ese es el gran desafío. El que se vuelvan a tejer ciertos consensos informales sobre qué es lo que está bien y lo que no, por ejemplo, en tribuna parlamentaria. O qué es y lo que no lo que se cubre, o incluso quién es y quién no es un periodista. Quién es un profesional que cubre información y quién trabaja a sueldo de un partido para propagar bulos y desinformación. Todo esto tiene que nacer de un consenso.