«Solo un poco aquí», cuentos para los pequeños y pisoteados

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

FUGAS

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La escritora colombiana María Ospina Pizano propone un ejercicio de empatía e intimismo con su nueva novela

26 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Tiene la escritora María Ospina Pizano una lupa. Es bonita y de gran alcance. Como esas tan pesadas de mango nacarado y bordes dorados que pegan tanto con las mesas de caoba. Porque la lupa es suya, puede usarla para lo que quiera. Así que la coloca sobre uno de los márgenes invisibles de este mundo. El que transitan los animales abandonados y los pequeñitos. Con un coro de personajes olvidados, interpreta la novela Solo un poco aquí la suave melodía de la costumbre desconocida. De la rutina salvaje, los instintos y los lirismos primitivos. Fluye como fluye el agua. Un poco porque sí y un poco porque no existe la posibilidad del no. Solo así se puede hacer el ejercicio brutalmente abstracto de vestir la piel y sentir el caminar de, por ejemplo, un escarabajo. Uno de esos que se pisan sin querer, justo antes de seguir con la vida, andando de nuevo. Ajeno al diminuto asesinato cometido. A las fuerzas y los brillos que movieron el cuerpecillo estallado por la suela de goma.

Solo un poco de esperanza

La salsa que embadurna estos relatos de la faunia es agria y dulce. Deja un regusto, una resaca, que conmueve un poco y duele un poco y reta un poco. No porque sean fábulas sobre la liberación del bestiario. Esas en las que el malo es el humano y el activista tiene hocico o pezuñas o plumas. Ni Orwell ni Walt Disney tienen acciones del negocio. Solo un poco aquí adopta una postura mucho más incómoda y orgánica. Incómoda porque nostros, los lánguidos y los bípedos, los que nos creemos gallos en todos los corrales del planeta, somos casi instrascendentes. Un pie de página que se dibuja sobre el contraste de nuestra pequeñez frente al mundo. Nuestra guerra contra los espacios sin colonizar, contra lo verde y contra lo que vuela y contra lo que se arrastra y contra lo que se mueve sin hablar. Un ¿qué trama ese pájaro? ¿Por qué él tiene alas y yo no? ¿Acaso se burla de mí, que soy el dueño de todo esto de aquí y si me apuras también de todo eso de allá?

Y orgánica porque es una obra, más que de personajes, de organismos. De cuerpos que forman parte de la tierra en un sentido literal, no literario. Que se comen entre ellos y se ayudan y se aparean y al final van a morir a un suelo húmedo y sin pavimento que los regurgita y los reincorpora a la vida otra vez en forma de cosas nuevas. Y así hasta el infinito. Como una perfecta relación de engranajes. Acoplados y resistentes. Entonces surge, también con naturalidad, también más sin querer que queriendo, la poesía del condicional que inunda el libro. Todo es un gigantesco «¿y si?». ¿Y si al perro también le duele el alma de tanto querer? ¿Y si el puercoespín añora y tiene melancolías? ¿Y si el bichito reza a algo mientras patalea al aire bocarriba? Quizás, responde Ospina Pizano. Quizás, quizás, quizás, ¿quién sabe? Nadie, claro. Nadie sabe. Ninguno de nosotros al menos. Ninguno de los láguindos. Ninguno de los bípedos. Los secretos de la animalidad escapan a todo. A las excavadoras, a las avionetas y a los ordenadores. Metido en el juego que plantea la escritora, se siente alivio de que así sea. A lo mejor ellos, los invisibles, triunfan en los muchos sitios donde nosotros seguimos fracasando. A lo mejor.