De encargado en la última conservera de Celeiro, donde trabajó 33 años, a autónomo a los 60 y con éxito

Lucía Rey
lucía rey VIVEIRO / LA VOZ

A MARIÑA

Eduardo, en la tienda que acaba de abrir en Celeiro tras más de 30 años en la conservera Albo
Eduardo, en la tienda que acaba de abrir en Celeiro tras más de 30 años en la conservera Albo Xaime Ramallal

Eduardo San Isidro vende ahora artículos de pesca y ropa, y realiza estampaciones

10 dic 2023 . Actualizado a las 11:31 h.

Con 60 años y después de 33 trabajando en la última conservera que quedaba en Celeiro, Eduardo Ramón San Isidro Taladrid estaba convencido de que se jubilaría en la empresa a la que dedicaba «as 24 horas de luns a domingo, traballando coma un burro». «Na conserveira facía as funcións de encargado e gañaba ben, pero era unha escravitude», relata un hombre que acaba de montar su propio negocio: una tienda situada en el número 119 de la Rúa Grande, en Celeiro, en la que vende artículos de pesca y ropa, o realiza sublimaciones (estampaciones) en tazas, llaveros, camisetas o sudaderas, entre otros. Un proyecto personal, a medio camino entre lo comercial y lo artesano, que siempre había rondado su cabeza, pero que cobró fuerza hace un año, cuando el holding chino Shanghái Kaichuang cerró la factoría de Conservas Albo

«Se te caes, levántante porque ninguén te vai vir levantar», expone un emprendedor que combina como autónomo dos de sus pasiones: la pesca y los trabajos manuales. De esta manera, en la parte de tienda comercializa cañas, carretes, cebo vivo o enguado de anchoa, pero también pantalones o mochilas. Mientras, en la parte trasera, la «fábrica», dispone de máquinas con las que manualmente lleva a cabo las sublimaciones. Un oficio artesano que, según cuenta, le inspiró de alguna manera su padre. «Chamábanlle Lelí e era barbeiro no Barqueiro. Era un home moi tranquilo e con 4 cunchas de mar facíache unha boneca. El ensinoume a coleccionar selos», evoca.

Va en persona a Madrid a comprar mercancía: «Os chinos teñen calidade, só hai que pagala»

De manera regular Eduardo Ramón San Isidro se desplaza al polígono industrial de Cobo Calleja, en Madrid [con más de 170 hectáreas de superficie es uno de los más grandes de Europa] para comprar en persona parte de la mercancía que tiene a la venta en su tienda de Celeiro. De otra forma, dice, sería impensable ofrecer al público precios ajustados. «Coa mercadoría china hai moito mito de que é mala. Pero non é así. Os chinos teñen de todo: mala calidade e tamén boa calidade, só hai que pagala».

Él tiene que ajustar bien las compras para ofrecer a su clientela productos de buena calidad a precios razonables. «Vivimos nun pobo e hai que axustarse», comenta un emprendedor que se queja de la falta de ayudas reales al emprendimiento. «Dinme de alta como autónomo en marzo e desde esa teño que pagar por todo», cuenta. En el futuro, avanza, le gustaría contratar a alguien «en condicións». «Facer as cousas ben: con seguro e que cobre o que ten que cobrar», precisa.

Eduardo Ramón San Isidro Taladrid: «Ofrecíanme ir para Salvaterra, pero co soldo base facer dúas vidas, aquí e aló, non compensaba»

«A miña muller ó principio dubidaba, pero díxenlle: ‘Quédanme sete anos de traballo e vounos pillar á miña maneira. A estas alturas da vida prefiro gañar 1.000 euros traballando para min que 1.500 traballando para outro», indica Eduardo Ramón San Isidro Taladrid, que es natural de Covas. Cuando el capital chino decidió cerrar la conservera celeirense, propuso a los empleados el traslado a su nueva planta de Plisán, en Salvaterra do Miño, ubicada a más de tres horas en coche desde Viveiro. Una opción que únicamente aceptaron 5 de las 42 trabajadoras de la factoría. «Ofrecíanme ir para Salvaterra, pero con pouco máis do soldo base; e facer así dúas vidas, aquí e aló, non compensaba», expone Eduardo, cuya mujer trabaja en A Mariña. Sus dos hijos, ya adultos, son independientes económicamente, y él decidió quedarse. Algo de lo que no está arrepentido. Todo lo contrario. «Abrín o martes da semana pasada e estou encantado. Sen anunciar nada aínda xa veu un montón de xente. Os donos do local no que estou, os clientes, as casas comerciais... Todo o mundo me está tratando moi ben», reconocía este jueves con emoción. Con este panorama, Conservas Albo es un bonito recuerdo que en los últimos compases se enturbió. «Ó principio non o cría. Ó terceiro mes doeume, e agora paso por diante da fábrica e nin me inmuto. Podo entender que pecharan porque para os chinos todo son números, pero a maneira non foi axeitada. O peor foron as formas. A familia Albo non tería feito as cousas así», estima. 

Opinión: Modelo chino

Cuenta Eduardo San Isidro que para los empresarios chinos, que cada vez compran más empresas en Galicia y en España, «todo son números». «Para eles todo é: ‘El 3 funciona: adelante. El 4 no: se apaga'», expone quien fue encargado en la última conservera de Celeiro. Está convencido de que los herederos de Carlos Albo, anteriores propietarios de la fábrica, habrían hecho las cosas de otra manera. Con más humanidad, mirando más por el empleado, por la persona. Porque somos humanos, no números.